La visita viaja en "bestia"*


Por Vanesa Robles 

Catorce de marzo de 2012. Unos 40 centroamericanos con la suerte colgada de una mochila vieja y el sol a plomo esperan el tren, tumbados sobre la banqueta de la Avenida Inglaterra, a unos pasos de Federalismo. Son las 11 del día. Un kilómetro al Poniente, otra media docena camina sobre las durmientes, a paso de zombie. Adela Estrada, que desde su casa frente las vías del ferrocarril ha visto pasar y asistido a los indocumentados durante 30 años, confirma que en los últimos días han llegado a Guadalajara más que de costumbre.



Hace apenas dos años, en 2010, la costumbre era que en la zona metropolitana hicieran escala entre cuatro mil y 10 mil emigrantes centroamericanos, según datos que entonces del investigador del Departamento de Estudios Ibéricos de la Universidad de Guadalajara, Ramón Gómez Zamudio. En 2012, la costumbre ha cambiado. Ahora vienen más.

“Me dijeron que por aquí el camino es más largo, pero un poco más tranquilo y que si me tiraba por Piedras Negras, era más rápido, pero corría el riesgo de que me agarraran”, confiesa el hondureño Alex Andino, de 18 años.

Lo de largo hay que tomarlo en serio. Una vez que han ingresado a este país, los centroamericanos indocumentados deben recorrer una de las fronteras verticales más extensas del mundo, de unos tres mil kilómetros, para llegar a Tijuana. La frontera se llama México.

Sólo entre Tapachula y Arriaga, Chiapas, los más pobres —que es mucho decir— caminan alrededor de una semana, a la par de las vías del tren destruidas por los huracanes. En Arriaga persiguen un tren en el que viajan a Tabasco. Luego a Veracruz. Luego a Oaxaca. Luego a Puebla. Luego al Estado de México. Por lo menos hasta Oaxaca, a las persecuciones de los agentes del Instituto Nacional de Migración, y las extorsiones de las policías municipales se suman la codicia de los Zetas y las maras.

En el centro del país, los migrantes “irregulares” deben elegir: o la ruta del Golfo, hacia las fronteras de Nuevo León o Coahuila, donde también dominan los Zetas, o la persecución de trenes que van a Celaya, luego a Irapuato, luego a Ocotlán, luego a Guadalajara, luego a Tequila, luego a Tepic, luego Los Mochis…

Por lo que se ve este mediodía, la ruta más larga comienza a ser una constante. Desde la puerta de su casa, Adela Estrada relata que nada menos ayer, vio pasar a dos familias con niños pequeños.

En el gran grupo de hoy no hay niños, aunque muchos dejaron se serlo hace muy poco. A todos les rugen las tripas y andan con sed, pero con todo, tienen suerte. Están vivos. Sobrevivieron a la “bestia”, algunos de ellos hasta durante mes, en el cual fueron deportados a Guatemala dos o tres veces. La bestia: el tren que los acerca a uno de los países más ricos del mundo, desde sus empobrecidas naciones: Honduras —la mayoría de ellos—, Guatemala, El Salvador. Esta misma noche algunos continuarán la lucha. Correrán, furiosos, tras el animal metálico. Se asirán a uno de sus pasamanos igual que a la vida. Ya arriba, se amarrarán a un vagón para no caerse y aguantarán el sol durante el día y el frío por la noche. El destino es El Norte. Varios morirán antes de verlo.

La pregunta es cuántos.

Cuántos cruzan la frontera con Guatemala, sólo en ese cruce fallecen unos 500, los mismos mexicanos que cada año perecen en su intento por cruzar hacia Estados Unidos, ha dicho antes el investigador Ramón Gómez. Falta saber cuántos son secuestrados por las mafias, en el Sureste y el Golfo de México. Cuántos padecen mutilaciones, cuando la bestia los derrota y les pasa encima.

Cuántos acarician la piel del gran deseo que se llama Estados Unidos de América.

Cuántos pasan en estos días por Guadalajara, la mitad del camino.

Cualquier cifra es imprecisa, afirmó hace unos días, el sacerdote Alejandro Solalinde, de visita en esta ciudad. En los últimos años, el párroco se ha hecho notable no sólo por su trabajo, en el albergue Hermanos en el Camino, en Ixtepec, Oaxaca, sino por las amenazas que le han hecho los secuestradores de indocumentados y por sus críticas a la Iglesia Católica, a la que acusa de cruzar de brazos ante la barbarie. No es que sea imposible contar a los migrantes; más bien, a nadie le interesa hacer la cuenta, afirma Solalinde. Los “ilegales” no votan durante las elecciones mexicanas, no vienen a pasear por Puerto Vallarta, no enviarán remesas, dice.

Sin otro capital que sus cuerpos y unos pesos, desde que los centroamericanos ingresan a México son blanco de todos. Lugareños los roban y explotan. Taxistas los roban y entregan a las autoridades. Policías los roban y extorsionan. Polleros los roban y estafan. Delincuentes los roban, secuestran y asesinan.

El “Informe especial sobre los casos de secuestro en contra de migrantes”, que la Comisión Nacional de Derechos Humanos hizo público el 15 de junio de 2009, calculaba unos 18 mil secuestros de emigrantes al año, la mayoría en la ruta del Golfo de México.

Ninguno de los que descansan en la banqueta de la Avenida Inglaterra conoce el informe, pero todos han decidido tomar la más segura, desde que partieron de la frontera Sur de México.

Más segura tiene sus matices, afirman los integrantes FM4, el único grupo organizado de casi todo el Occidente mexicano que brinda apoyo a los migrantes, en un comedor en Inglaterra y Federalismo. “Aquí no hay delitos tan deleznables o terribles como los que ocurren por la ruta del Golfo, pero no dejan de suceder”, afirma Enrique González. A eso se suma que en esta parte la gran frontera vertical, la ayuda humanitaria depende más de la buena voluntad de la gente que de la organización de grupos.

La ruta del Pacífico exige más energía de quienes la siguen, que deben subirse a muchos más trenes que en la del Golfo y aguantar más corretizas de Migración y más días sin alimento. Los casi 40 que están tumbados este día sobre Inglaterra y Federalismo, tienen los sentidos anestesiados por el cansancio y el hambre.

“Uno se acostumbra… se acostumbra el estómago de uno a aguantar hambre, y así tiene que ser”, se encoje de hombros Pedro Escobar, un salvadoreño cuarentón, que en su adolescencia sirvió al ejército de su país, durante una guerra civil que en el decenio de los ochenta dejó miles de muertos y muy poco dinero. Pedro comparte un virote con su paisano David Pérez, que descansa a medio metro. Hace 25 años no habrían compartido ni el saludo y habrían matado, pues David simpatizaba y participó en algunas movilizaciones del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional.

El virote de Pedro y David es el último de 80 que trajo Juan, un tapatío sesentón del Oriente, que hace dos años se propuso preparar lonches y aguas frescas y traerlos a las vías cada miércoles por la mañana.  A cada torta y agua, los acompaña un folleto de tres por cinco centímetros, que lleva por nombre “Sonríe, Jesús de te ama”. A bordo de su viejo LTD blanco, don Juan para en seco cualquier pregunta. “No hago esto pa’ darme ínfulas”, dice. “Mejor pregúnteles a ellos”.

Para ellos, Pedro y David, la guerra y los partidos políticos son un tema agotado. “Lo que sigue es irse… antes yo estaba feliz porque ganó el FMLN, pero ellos mismos dolarizaron al país y ahora estamos peor. Mientras haya políticos que busquen su conveniencia nunca vamos a mejorar los pobres. Y mírenos; los vamos a seguir visitando en Guadalajara”.

Por lo que se ve hoy, aquí hay muchos muy decepcionados de los políticos en sus países; tan pobres como para luchar contra la bestia, aunque en ello se les vaya la vida, y, al mismo tiempo, en la escalada de una escalera difícil a la esperanza, en la que Guadalajara es un peldaño.

—¿Tienes miedo?

—Sí— responde Alex Andino, sin dejar de admirar la Avenida Federalismo Sur, como si estuviera en la 5ta Avenida de Nueva York. —Mucho me han perseguido. Me ha tocado tirarme por las montañas; aguantar hambre y frío […] Pero entones digo: ‘pucha, voy pal Norte, voy pal Norte y al rato se me cumple el sueño’.

EL DATO

Hasta 400 mil migrantes al año

Según la Subsecretaría de Población, Migración y Asuntos Religiosos de la Secretaría de Gobernación (SEGOB), al año ingresan a México aproximadamente 150 mil migrantes indocumentados, la mayoría provenientes de Centroamérica. De acuerdo con organismos de la sociedad civil esta cifra asciende a 400 mil.


* Publicado originalmente en el Informador 18 de marzo de 2012. 
Link: [http://www.informador.com.mx/suplementos/2012/364206/6/la-visita-viaja-en-bestia.htm]

1 comentario:

  1. Hay que apoyar a estos migrantes. Debemos ponernos en sus zapatos y apoyarlos de cualquier manera posible!

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